En este informe revelador, el escritor de Entre Limones, Chris Stewart, nos avisa del peligro que corre el turismo en España si sigue vendiéndose a los promotores. Una llamada de atención, que no debería ser ignorada, para que actuemos antes de que el interior del país se deteriore tal y como lo ha hecho la costa

A AQUELLOS que no hayan tenido el placer de apreciar una costa Mediterránea virgen, les recomiendo que viajen por la costa norte de Marruecos, como hice yo el año pasado. Me encontré con un paisaje verdaderamente bello y sobrecogedor, un paisaje con el que todos soñamos.
Sin embargo, nunca más podremos disfrutar de un paisaje igual en la costa española del estrecho, puesto que practicamente cada rincón ha sido “desarrollado” y confinado a un desagradable cinturón de cemento. Ni siquiera los parques nacionales como Doñana, Grazalema o el Cabo de Gata se libran, ya que los promotores, deseosos de nuevas tierras, quieren cubrir cada centímetro de terreno sin urbanizar con nuevas construcciones.


A pesar de ello, los turistas siguen llegando: unos 40 millones al año según fuentes oficiales. Aunque esta cifra podría ser engañosa; las estadísticas no son tan fiables como uno desearía. Las compañías de bajo coste están llevando a los turistas a destinos más lejanos, como a Europa Central o del Este, Latinoamérica u Oriente. Los españoles empiezan a reclamar (con razón) un sueldo más acorde a los de Europa, como el de los nórdicos que vienen a España de vacaciones. Y como los precios suben, los turistas reciben cada vez menos a cambio de su dinero. La belleza de las costas se ha esfumado, y aunque para la mayoría de los turistas esto sea una cuestión de menor importancia, muchos piensan que un destino de vacaciones no debería estar tan saturado como las grandes urbes en las que viven y trabajan.

A esto hay que añadir el tema de las medusas. Unas vacaciones bajo el sol no son tan atractivas si uno no puede bañarse en el mar. Antes, no había tantas medusas, ya que estaban controladas por depredadores como las tortugas o el atún. Pero nuestra creciente y rapaz demanda de pesca ha mermado el número de depredadores, y ahora hay tantas medusas, que sería imposible llevar la cuenta. También se ha construido sobre las playas en las que anidaban las tortugas, menguándose así, poco a poco, el número de estos sensibles animales. Como consecuencia, las medusas se han multiplicado, puesto que las tortugas, también, se han visto bastante afectadas. Por último, hemos construido grandes embalses –magnificas obras de ingeniería– para almacenar el agua de los ríos, mantener los campos de golf y llenar las piscinas de las urbanizaciones, regar los jardines y satisfacer las necesidades de los europeos del norte, que en un clima tan cálido ansían duchas de agua fría. Como resultado, los cauces de los ríos ya no desembocan en el mar, y esto, por supuesto, acarrea unas consecuencias: la línea costera, erosionada por el incesante movimiento de las olas, no vuelve nunca a su origen. Las playas han desaparecido, y es necesario trasvasar la arena con tractores, o traerla desde el Sahara –maravillosa tecnología–, pero, ¿cuánto más podrá aguantar este pobre y sufrido planeta? Lo más crucial es que el cinturón costero de agua dulce era el que mantenía a las medusas alejadas de las playas, y que el agua dulce no se puede reemplazar, simplemente porque a estas latitudes no llueve lo suficiente como para saciar a los pobres ríos, confinados por sus cinturones de cemento. O sea que los turistas, anclados en los calurosos pueblos de las costas, ya no pueden refrescarse en el agua cristalina del Mediterráneo. Una picadura de medusa, no es un chiste. Los turistas simplemente no vuelven, la economía se colapsa y nos enfrentamos a una catástrofe. Desempleo masivo, inconformismo social, políticas despiadadas. Volveríamos a esos tiempos en los que el turismo no estaba aquí para ayudarnos. Y ahora que hasta el último pino de la costa está cubierto de cemento, los promotores empiezan a actuar en el interior.

A pesar de que cada vez nieva menos, y que por lo tanto la temporada de esquí es cada vez más corta –a consecuencia del cambio climático- se está planificando la construcción de un teleférico que irá de la ciudad de Granada hasta la cima de Sierra Nevada. El objetivo de este lunático plan es trasladar a unas tres mil personas por hora desde la ciudad hasta las pistas, para que puedan deslizarse por el escaso hielo que queda. Pero a los promotores no les importa. Viven (y matan) de ello antes incluso de que se cumplan sus objetivos, y cuando las autoridades del esquí se den cuenta de su gravísimo error, éstos ni siquiera van a intentar devolver el dinero.

Ronda, uno de los parajes más bonitos y emblemáticos de toda Andalucía, ya está devastada. La belleza de la ciudad y los paisajes de su alrededor se han degradado por la ignorada especulación. Por si fuera poco, y para rematar la faena en esta región que una vez fue preciosa, en estos momentos se está proyectando la construcción de un macroproyecto de campos de golf, cientos de viviendas de lujo y un parque temático llamado Los Merinos. Al lado, ya hay un circuito de alta velocidad en uso, y se ha iniciado un proyecto, promovido por el Ayuntamiento, para edificar un campo de golf llamado Parchite. Y todo esto en un paisaje protegido por la UNESCO –nada más y nada menos– por su particular belleza.

Los promotores están actuando de forma ilegal, pero saben que pueden salirse con la suya. Leí un titular en El País el otro día que decía: “La Justicia lamenta su impotencia contra la política del ladrillo.” Miren bien a su alrededor: es obvio que hay muchísimos casos escandalosos que se podrían mencionar en un solo artículo.
Miren a Murcia; observen lo que queda de la bonita Costa de la Luz; las 80.000 nuevas viviendas proyectadas para Estepona, o los diez mil lugares como Almuñecar, Antequera, Arcos o Almería, y eso que esto sólo son algunos ejemplos escogidos alfabéticamente al azar. Y todo esto en un momento en el que se estima que hay unas tres millones de viviendas que no se venden e inhabitadas en todo el país.

Nada queda ya de la Vega de Granada excepto quizá los pueblos de Gójar y Dílar, con sus campiñas de montes y maizales, los únicos resquicios de paisaje natural que queda en las laderas del norte de Sierra Nevada. Pero incluso hasta aquí han llegado ya los especuladores, planificando dos campos de golf, 3.200 viviendas de lujo en una comunidad vallada, y un parque temático, que se centra, irónicamente, en el agua, un servicio que escasea tanto que no basta para proveer a los pueblos ya existentes y a la ciudad. Y este esquema, que ya estuvo sumido en la corrupción en otros lugares –el plan se propuso por primera vez en Valladolid, pero fue rechazado por irregularidades– ha llegado hasta Andalucía.
Aquí también está repleto de irregularidades (como informó el diario Olive Press), a pesar de que estará diseñado por ese consorcio de arquitectos considerados “sostenibles”: el británico Sir Richard Rogers, artífice de la bonita T4 del aeropuerto de Barajas, y del quizá menos admirable Millenium Dome de Londres.
En fin, que ahora que las costas han desaparecido, los promotores están dirigiendo su mirada hacia el interior del país. Pero todo esto no es nuevo, la gente es muy consciente de ello, y en el fondo, les importa. Pregúntele a cualquier español y descubrirá que ellos, también, están preocupados por lo que está ocurriendo con lo que solía ser una preciosa tierra, pero se sienten impotentes.

A veces lees algo que te hace reflexionar. Leí lo siguiente el otro día, referente a la negación de los EE.UU, entre otros, a ratificar un tratado que prohíbe el uso de bombas de racimo. Decía: “… en ambos casos, la sociedad civil, inconforme con la debilidad de los gobiernos, se apropió de la iniciativa.” Montaron una organización para hacer algo al respecto, y finalmente dió resultado. Me encontré a mi mismo divagando. Puede que también haya llegado la hora de que nosotros, testigos de la violación de nuestra tierras por unos cuantos avariciosos, nos apropiemos de la iniciativa, nos organizemos, y nos movilicemos, antes de que sea demasiado tarde.
Justicia lamenta su impotencia y el gobierno no hace nada. Esta claro que algo va mal en un sistema tan abierto a los abusos, pero el gobierno central y regional parecen no querer, o no poder actuar frente a la corrupción de unos cuantos que con cinismo se están enriqueciendo a costa del futuro de la tierra que deberemos ceder a las próximas generaciones.

Los españoles, sin embargo, tienen un don para hacer que se escuchen sus voces. Algunos probablemente se acordarán de los planes militares para instalar un radar en la cumbre de Sierra Nevada. La gente indignada se manifestó y salió a las calles…y su opinión convenció.
Quizá es el momento de volver a actuar. Puesto que, como Al Gore se cuestiona en Una verdad incómoda, si no hacemos nada al respecto, ¿Cómo les vamos a explicar a nuestros nietos lo que permitimos que hicieran con nuestra pobre y maltratada herencia?

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